martes, 14 de febrero de 2012

Carrefour es el Anticristo


Según avanzamos, a unos kilómetros, veo que todos vamos a parar a un gran centro comercial: Carrefour. Carrefour allá, lejos, es un enorme y desolado contenedor de metal, un gigantesco cubo. Él es un descomu­nal y monstruoso bloque (teológica y geométricamente uno) con una gruesa cáscara de chapa y aluminio. Está lleno de lucecitas parpadeantes y focos, y veo arremolinarse arriba, por todas partes, querubes llamean­tes, abstracciones zafíricas, centauras angélicas, radioactivas y festivas lucecitas de feria.
Alzo entonces mis ojos hacia la antigua anciana noche, llena de estre­llas inaccesibles. La misma antigua anciana noche que contemplaron Jesús, en las suaves colinas de Samaria y el Carmelo, y Alejandro, en Bactriana y las amarillentas selvas del Punjab. La misma noche donde Mahoma, en los jardines perfumados de Arabia, escuchó a los arcángeles islámicos; la que vio levantarse sobre la tierra las bulbosas cúpulas de Santa Sofía, y las torres flamígeras de Notre Dame en Paris y también las Pirámides picudas. Pero yo estoy aquí ahora, en el Carrefour.
Suena música: villancicos y spots publicitarios a través de rugientes altavoces; y veo aquí y allá circenses árboles de Navidad, adornados con bolas y espumillón brillante. Plaga de langostas. Entonces los coches se me antojan extraños autos-crustáceo; como si fuesen insólitos cangrejos, con ese exoesqueleto de chapa y largas antenas de radio, pro­yectando conos de luz desde sus faros encendidos. Hay docenas, cientos, miles.

Fragmento extraído del blog Ricardo Moreno Mira abrxia365.blogspot.com (sin su consentimiento y con toda mi admiración)